¿Mujer y navegante? ¡Ufff!




Reflejos en el fondeadero, al atardecer




Tengo un buen número de amigos y/o conocidos que desean que su mujer, su pareja, su compañera se aficione a navegar para compartir esta afición que es salir con tu barco hacia el horizonte, izar las velas y dejarte llevar. No pocos me han pedido que le transmita a la candidata en cuestión los placeres y beneficios de aficionarse al olor a salitre y yo, imperfecta de mi, improviso y como puedo, les intento explicar un poco de lo que yo siento.  Con esto no me considero nada ni nadie diferente de otras personas que navegan, ni mucho menos, pero los maridos, compañeros, amantes ven en mi su tabla de salvación; porque han puesto en practica varios métodos para convertir a su pareja a la "fe verdadera" y, tristemente,  han fracasado en todos. A mi me resulta sorprendente que consideren que yo "obraré el milagro" pero por intentarlo, que no quede. 

Y es que en nuestro país, una nación de mar, de gran pasado histórico marinero, de kilómetros y kilómetros de costas, hasta hace poco, ser navegante del sexo femenino significaba ser casi medio extraña, un caso perdido de femineidad, un descuido de la naturaleza, que horror.
Añado que, fuera de estos criterios pero aún dentro de la rancia perspectiva machista, sanas y salvas de esta locura que es navegar, quedan los "tripulones", luciendo exclusivamente superpalmito en cubierta, al sol.

Entonces pienso en las navegantes que he conocido durante el periplo de cinco años de la vuelta al mundo y que como yo estaban viajando y degustando la ruta por el ancho océano: italianas, suecas, suizas, americanas, mejicanas, venezolanas, brasileñas, ecuatorianas, canadienses, inglesas, francesas, alemanas, chilenas, argentinas, uruguayas, australianas, neozelandesas y seguro que me dejo alguna nacionalidad. También añado una pequeñísima cuota de féminas navegantes de este, nuestro país, que haberlas hailas y con gran afición. 
Todas estas mujeres son como las que habitan en tierra pero además disfrutan de ese contacto con el mar y la naturaleza. Hay de todo, como en botica: inteligentes, listas, guapas, bellezas, del montón, gruesas, delgadas, altas, bajas, artistas del bricolage y la decoración, negadas para apretar un tornillo, navegantes de sextante, usuarias de GPS, grandes cocineras, otras que no saben cocer un huevo y muchas otras características humanas similares. Puedes hablar con ellas de libros pero también del escollo a la entrada de la bahía tal, del la receta de pan a bordo, de las diez formas de ponerse un pareo, de cómo organizarse la guardia de noche en el siguiente estrecho que encontraremos en la ruta, de pilotos de viento, de motores, de cremas solares, en fin, de todo un poco. 

Con todo este escrito lo que quiero decir es que fuera de este país el que a una mujer le guste navegar es algo normal que entra en los límites de lo deseable y racional.  Quizás esta idea errónea y preconcebida del navegar femenino que piensan algunos hombres y mujeres, viene de antaño, pienso yo, de la época de los galeones, cuando se consideraba que una mujer a bordo traía el mal agüero, algo así como embarcar a un gafe; pero han pasado los años y esa gran superchería ha caído en desuso.  

Ahora es tiempo de largar amarras y de disfrutar.

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